What the science says about children’s environmental health

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October 8 is Children’s Environmental Health Day, started by the Children’s Environmental Health Network four years ago to bring attention to how environmental policies influence children’s health and development. PRHE and our new EaRTH Center are co-sponsors.

Children’s health and the environment are closely intertwined:

Despite these alarming trends, the EPA in recent years has rolled back air and water protections and rewritten rules to weaken EPA’s ability to limit toxic chemicals. The current administration also defunded most of the Children’s Environmental Health Research Centers which conducted landmark research that led to policies designed to improve the quality of air, water, and children’s health. And in its implementation of the updated Toxic Substances Control Act (TSCA), the current administration has ignored evidence that certain chemicals damage children’s hearts (trichloroethylene, TCE) and brains (1-bromopropane) and that children are at a higher risk of exposure to harmful chemicals by crawling on the floor and putting things in their mouths.

As we stated in our “So many chemicals” blog, “the question is no longer whether environmental chemical exposures produce adverse health effects in children, but rather which chemicals have the most harmful impact. Fetuses and children are especially susceptible to environmental influences.” And the rise of certain childhood conditions and diseases, such as ADHD, neurodevelopmental delays, and childhood cancer makes abundantly clear that we are paying a terrible price for the toxic chemicals we and our children are exposed to in our homes, products, and in our air, food, and water.

The science is also clear on how vulnerable populations such as communities of color, pregnant women, and those who live near industrial plants can be especially hard hit by exposures to harmful chemicals. The devastating impacts can last a lifetime—from air pollution playing a role in premature birth to lead and other neurotoxicants lowering IQ scores and lifetime incomes.

Progress is possible, but sometimes it seems that for every step forward, we take two steps back. In 2018, the Consumer Product Safety Commission banned certain phthalates from children’s toys; however, these chemicals are still found in packaged food children eat. In 2012, BPA was banned from baby bottles, yet scientists have found that many BPA alternatives are just as bad. Same with flame retardants. California expanded its ban on flame retardants last year following testimony from PRHE experts. Yet PFAS, a category of chemical used in a wide variety of products such as rain-resistant clothing and stain-resistant carpets, have contaminated drinking water all over the world.

We need a new approach to regulating chemicals and protecting the health of children and families. We need to prove chemicals and products are safe BEFORE they are sold to families. We need to listen to what the science says. And we need to stop using entire generations of children as guinea pigs.

That would be the best way to celebrate Children’s Environmental Health Day.


Lo que dice la ciencia acerca de la salud ambiental infantil

El 8 de octubre es el Día de la Salud Ambiental Infantil, así declarado hace cuatro años por la organización Children’s Environmental Health Network (Red de Salud Ambiental Infantil) para llamar la atención acerca de la influencia que tienen las políticas ambientales sobre la salud y el desarrollo de los niños. PRHE (Programa de Salud Reproductiva y Medio Ambiente) y nuestro nuevo centro, EaRTH Center (Centro de Investigación y Comunicación para la Salud), copatrocinan esta iniciativa.

La salud de los niños y el medio ambiente se encuentran estrechamente relacionados:

A pesar de estas tendencias alarmantes, en los últimos años, la Agencia de Protección Ambiental ha eliminado normas de protección del agua y el aire así como también reformulado reglas para debilitar su capacidad de limitar las sustancias tóxicas. La presidencia actual también ha desprovisto de fondos a la mayoría de los Centros para la Investigación de la Salud Ambiental Infantil que realizaron investigaciones históricas que llevaron a la creación de políticas dirigidas a mejorar la calidad del aire, el agua, y la salud infantil. Asimismo, en su implementación de la Ley actualizada de Control de Sustancias Tóxicas (TSCA, por su sigla en inglés), la presidencia actual ha desoído pruebas que demuestran que ciertas sustancias químicas afectan el corazón (tricloroetileno, TCE) y el cerebro (1-bromopropano) de los niños y que los niños corren un riesgo más elevado de verse expuestos a sustancias tóxicas por gatear en el suelo y llevarse cosas a la boca.

Como dijimos en nuestro blog “Tantas sustancias químicas”, “la pregunta ya no es si la exposición a sustancias químicas provocan efectos adversos en la salud infantil sino más bien qué sustancias químicas causan los efectos más graves. Los fetos y los niños son especialmente sensibles a las influencias ambientales”. El aumento de ciertos trastornos y enfermedades infantiles, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los retrasos del desarrollo neurológico y los cánceres infantiles, dejan muy en claro que estamos pagando un precio demasiado alto por las sustancias químicas a las que nosotros y nuestros hijos estamos expuestos en nuestro hogar y a través de los productos que usamos, el aire que respiramos y los alimentos y el agua que consumimos.

La ciencia también deja en claro la alta vulnerabilidad de poblaciones que pueden verse más gravemente afectadas por las sustancias tóxicas, como las comunidades de color, las embarazadas y las personas que viven cerca de predios industriales. Se trata de muy graves impactos que pueden tener consecuencias durante toda la vida y abarcar desde el nacimiento prematuro impulsado por la contaminación del aire hasta la disminución del coeficiente intelectual y del nivel de ingresos de por vida debido a la contaminación por plomo y otros neurotóxicos.  

Es posible avanzar, pero a veces pareciera que, por cada paso hacia adelante, damos dos hacia atrás. En 2018, la Comisión de Seguridad de Productos del Consumidor prohibió el uso de ciertos ftalatos en juguetes para niños; sin embargo, esas sustancias químicas todavía se encuentran presentes en alimentos envasados que consumen los niños. En 2012, se prohibió el uso de BPA en los biberones, pero los científicos han descubierto que muchas sustancias alternativas al BPA son igualmente tóxicas. Lo mismo sucede con los retardantes de fuego. California expandió su prohibición de retardantes de fuego el año pasado después de oír el testimonio de expertos de PRHE. Sin embargo, las PFAS, una categoría de sustancias químicas utilizadas en una amplia variedad de productos, como vestimentas resistentes al agua y alfombras anti-manchas, han contaminado el agua potable de todo el mundo.

Necesitamos un nuevo enfoque para regular las sustancias químicas y proteger la salud de los niños y sus familias. Necesitamos que se demuestre que los productos no presentan riesgos ANTES de que se los pueda vender a las familias. Necesitamos escuchar lo que nos dice la ciencia. Y necesitamos dejar de usar a generaciones enteras de niños como ratas de laboratorio.

Esa sería la mejor manera de celebrar el Día de la Salud Ambiental Infantil.